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Una historia hecha a golpe de tecla

Cinco hermanos reúnen una colección de máquinas de escribir con piezas únicas

JOSÉ LUIS ESTÉVEZ – Vigo – 11/06/2011

Las máquinas de escribir van camino de convertirse en los testigos mudos de una época que nunca más volverá. El ordenador ha jubilado a unos instrumentos que durante tantos años fueron la herramienta de trabajo insustituible para muchas personas. Aunque no son muchos los que lo saben, un edificio de la Gran Vía de Vigo guarda en sus entrañas una de las colecciones de máquinas más importantes de Europa, formada por 3.500 unidades. La familia Sirvent es la propietaria de una colección que también constituye la memoria de una época en la historia de la escritura que está a punto de finalizar.

Todo comenzó apenas terminada la Guerra Civil, cuando Alfredo Sirvent abrió un taller de reparaciones y mantenimiento de máquinas de escribir en la calle Velázquez Moreno de Vigo. Eran tiempos en que las máquinas resultaban imprescindibles para labores como hacer un periódico o realizar las copias de escritura de una propiedad. El negocio fue prosperando incluso a través del alquiler, la fórmula que utilizaban los dueños de un diario deportivo, que arrendaban un buen número de máquinas a Sirvent durante el fin de semana para escribir el periódico que salía el lunes.

Luis Sirvent, uno de los cinco hijos de Alfredo, explica que la clave del éxito del negocio fue la relación con los clientes ya que estos “acababan también siendo amigos” y entablaban una larga relación con el taller para asegurar el buen funcionamiento de sus máquinas. A lo largo de las cinco décadas en las que el taller funcionó en la calle Velázquez Moreno las anécdotas son innumerables. Por ejemplo, el escritor José María Castroviejo acudía en una época con frecuencia al taller para escribir sus textos literarios y periodísticos en las máquinas de Sirvent. Allí también se impartían cursos de mecanografía y los assistentes quedaban muy agradecidas porque ya salían de allí con un puesto de trabajo. “Eso era posible porque teníamos contacto con las empresas que buscaban mecanógrafos”, indica Luis.

La idea de la colección surgió tras la muerte de Alfredo Sirvent, cuando sus hijos decidieron rendirle un homenaje y respetar su deseo de no tirar las máquinas que habían ido acumulando a lo largo de muchos años. Tanto el taller de la calle Velázquez Moreno como el edificio de la Gran Vía al que se mudaron a principios de la década de los ochenta acogían en su seno cientos de piezas que ya no tenían utilidad, pero de las que tampoco querían deshacerse. “En los años 60 Olivetti empezó a recoger las máquinas viejas para destruirlas, pero nosotros decidimos quedárnoslas y guardarlas”, explica Alfredo, el hijo mayor de la familia, que es quien trabaja más de cerca en la supervisión del trabajo de reparación y en el cuidado de las piezas.

Desde hace cinco años, el taller dejó de funcionar para el público, pero los hijos de Alfredo Sirvent decidieron dar lustre a la colección que de forma improvisada había reunido su padre y mantuvieron contratadas a dos personas para la labor de reparación. Hoy ese trabajo desarrollado a lo largo de más de 15 años ha dado sus frutos y 2.500 de las máquinas que forman la colección se encuentran en perfecto estado de funcionamiento. El sótano de la tienda de muebles propiedad de la familia alberga las reliquias cuidadosamente envueltas en celofán. Alfredo baja cada mañana temprano a comprobar el grado de humedad para garantizar su conservación.

La importancia de la colección radica en su diversidad y en las piezas únicas con las que cuenta. Entre ellas se pueden citar prototipos que no llegarían a ser desarrollados comercialmente como los de las marcas Conquerol y Atlantida. También hay curiosidades como una Royal, chapada en oro, que se utilizó en el rodaje de Goldeneye, una de las películas de la saga de James Bond. Otra de las joyas de la colección es una réplica de una Malling Hausen, patentada en 1865, que está considerada como una de las máquinas más valiosas del mundo. Algunas de estas piezas se verán en una muestra en la Cidade da Cultura de Santiago que se abrirá el 24 de junio.

Un paseo por las estanterías permite descubrir desde máquinas para escribir en braille hasta otras para hacerlo con un lenguaje en clave o con las tipografías árabe, japonesa o rusa. El problema es que para enseñar este tesoro sus dueños todavía no han encontrado un lugar donde se pueda depositar. Luis Sirvent explica que han tenido alguna oferta para venderla y llevársela fuera de España pero, por su valor sentimental, la familia prefiere que se quede en Galicia y si puede ser en Vigo. Pese a que para Alfredo las máquinas son casi como sus hijos, confiesa que le da cierta pena ver que permanecen almacenadas y “enjauladas en celofán”.

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